TO MARY QUESADA EMBID
La conocí hace ya muchos veranos en un pueblo costero de Alicante. Éramos vecinas, pero nunca habíamos entablado conversación. Su marido era del pueblo y ella, la americana , con la que se había casado aquel hombre carismático de personalidad arrolladora y amigo de todo el mundo. No vivían en España sino en Maryland, donde habían formado una bonita familia. Ella, discreta y humilde, permanecía siempre en la sombra y asumía el reto de ser aceptada como una más a pesar de su timidez y sus dificultades con el idioma. El destino quiso que compitiéramos en un campeo- nato amateur de petanca que organizaron unos ami-gos comunes. No intercambiamos palabra. La recuer- do lanzando la bola muy concentrada para acercarse al boliche y con su pequeña Cedes a horcajadas sobre su cintura. ¡Cuánto admiraba yo! y ella sin saberlo... Años después me invitó a tomar café sin haber cruzado una palabra más que el saludo de cortesía. Me sorprendió su conversación culta y pau- sada y su profund...