DOS NOTAS POR COMPÁS
Las hermanas
Del Caz fueron alumbradas en la sala de estar de una modesta casa de aquella
España rural de la posguerra. Partían a diario a la escuela y, a su regreso,
ayudaban en casa o en el campo. Su futuro, como el de tantas mujeres de
la época, no era muy prometedor en aquella dura etapa de la historia española.
Terminada la educación primaria, decidieron mudarse a la capital en busca de un trabajo como empleadas del hogar; eso siempre era mejor que dedicarse a la dura y laboriosa vida de campo. No sé si sus vidas, como la de tantas mujeres de aquella sociedad, les resultase anodina, de sueños frustrados o, simplemente, estaban felizmente resignadas a seguir aquel modelo de vida.
Algo que sí las marcó desde muy jóvenes es que ambas padecían insuficiencia cardiaca. A Matilde, el médico la advirtió de que si no se sometía a una cirugía para insertarle una válvula que bombeara correctamente sangre al corazón, su vida no sería muy larga. También le hizo saber que su cuerpo no aguantaría más de dos embarazos. Ni Matilde ni su esposo escucharon ninguno de los consejos y ella falleció a los 41 años de edad, dejando huérfanos a 4 hijos, la más pequeña de tan solo un año.
Su
partida fue un duro golpe para toda la familia. Crescencia quiso reemplazar
su lugar, quedándose al cuidado de sus
adorados sobrinos, pero tanto la abuela como la tía paterna de estos se lo
impidieron. Aquel rechazo le hizo poner tierra de por medio y se trasladó a la
costa, donde residió el resto de su vida.
Dejó
su paso por este mundo ya siendo octogenaria. Al contrario que su hermana
Crescencia, ella sí se sometió a cirugía, nunca contrajo nupcias y llevó una
vida tranquila dedicada al trabajo, sirviendo para una familia adinerada
durante más de 40 años.
Los veranos de mi infancia visitaba a Crescencia: la recuerdo siempre
sonriendo, enérgica, generosa, dedicada a los demás hasta el punto de
olvidarse de sí misma. Siempre la admiré por ello.
Estando ya ella enferma, no paraba de preguntarme cuándo iría de nuevo a
visitarla, así que reservé un vuelo para un 14 de enero, ansiosa por
sorprenderla con mi presencia en sus últimos días, pero el destino es
caprichoso y, por alguna razón, quiso que la sorpresa fuese para mí: recibí una
llamada la tarde anterior al viaje anunciándome que había cerrado los ojos para
siempre.
De Matilde no recuerdo nada, siempre escuché que fue una mujer bondadosa,
alegre, de paciencia extrema y con total dedicación a su familia.
Han pasado 45 años de su muerte y quienes la recuerdan aún se emocionan
al rememorar vivencias junto a ella. A pesar de no haberla conocido, de un modo u
otro, siempre he sentido su presencia, como si una mano invisible me llevara de
la mano.
Me siento dichosa de saber que, al menos, la hice feliz el último año de su vida, cuando
dio a luz a esa niña que tanto deseaba después de tres varones... Expiró
su último aliento una noche de verano meciendo mi cuna.
Con este
breve recorrido por sus vidas deseo agradecer a las mujeres más importantes de
mi vida el amor que me dieron, porque gracias al compás de sus corazones
aprendí a bailar sin música.
Ana Belén Miguel Arribas
Me ha encantado! Un relato directo al corazón expresado con sencillez a la vez que lleno de sentimiento profundo. Gracias por copartir este relato tan personal.
ResponderEliminarQue bonito, emotivo y duro a la vez. Me ha encantado leerlo amiga de la infancia. De esas circunstancias q te toco vivir salió una mujer fuerte y valiente. Un beso enorme Ana de tu amiga del cole Rosa 😘😘
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