MI AMIGA AMPARO
Mi queridísima amiga nos dejó hace ya tres años y no pasa un solo día que no tenga un momento para su recuerdo, ¡te echo de menos, Amparo!
Mi amiga Amparito —como la llamaban en el barrio— era mi vecina en el edificio donde vivíamos. Era muy amiga de mi hermana mayor, así que la recuerdo por mi casa desde que yo era muy pequeña. Fueron amigas hasta que la soledad y la tristeza le echaron una mano para largarse de este mundo.
Los padres de Amparito tenían tres hijos: dos varones y una hembra —exquisita referencia que se hacía en aquel entonces para designar al sexo femenino—, solo que, esta vez, asociarla a un animal le iba al pelo, ya que siempre fue tratada como tal. Era la hermana mayor, así que en los años 70 fue la criada de su familia, lo que le recompensaban con una buena tunda de cabezazos contra la pared y contundentes latigazos de cinturón (muy comunes en aquellos años), así que, en cuanto se enamoró perdidamente del que sería su marido, atisbó la libertad que ansiaba, pero mi pobre Amparo solo cambió de dueño. Así pasó a los latigazos de la infidelidad, que siguieron partiendo su gran corazón una y otra vez. Pero había una cosa que poseía mi amiga Amparo que la diferenciaba del resto del universo, y es que era una de las mujeres más alegres que he conocido: se reía por todo, con esa risa ancha, grande, sincera, tremendamente desvergonzada. Su sentido del humor era tan inocente que te alegraba la vida y ni en la más angustiosa de las situaciones dejaba de hacerte reír, así que la amé desde la primera risa, porque alguien que te hace reír, queridas amigas, no se debe dejar escapar.
Tras su inevitable separación, compartimos mucho tiempo juntas. Entre llantos y risas, pasamos el trago más amargo de su vida, aquel que jamás pudo superar y que había temido desde que nació: la soledad. Su vida, a partir de ahí, fue un camino en descenso y las penas se sucedieron una tras otra, pero a pesar de todo nunca dejó de reír y solo con tener a sus amigas cerca era feliz y recuperaba su contagiosa risa . Así es cómo recuerdo a mi amada Amparo. Esa era su maravillosa habilidad: hacer reír a todo el que estaba cerca de ella, que no es poco.
Quiero recordarla hoy para que, allá donde esté, sepa que su paso por este mundo, a pesar de su tristeza, hizo feliz a muchísima gente que se molestó en nadar en su alegre océano.
(Ilustración: Eva Guzmán)
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